PESCADORES DE HOMBRES. 7 febrero 2016.5º. Dom. T.O. Lc 5, 1-11. JPPC
El
relato es bello. Uno se imagina al viejo Lucas rodeado de niños y gente
sencilla contándoles lo que él escuchó de Pedro o de otro de los maestros
apóstoles. Ese modo de anunciar lo inventaron ellos. Lo aprendieron del Maestro
Jesús. El les enseñó con la práctica el oficio que les encomendó: ser pescadores de hombres.
A
nosotros nos suena extraño ese lenguaje. Pero a ellos, israelitas y orientales,
les era familiar. Desde pequeños habían
hecho su vida junto al mar, disfrutándolo, es decir, extrayendo sus frutos, los
peces, viviendo de él y sufriendo sus furias. Para ellos el mar era fuente de
vida pero también de muerte. Por sus peligros, amenazas y tragedias era símbolo del mal. No sólo del físico sino
también el del alma, del espíritu, que aleja de Dios y del prójimo.
Por
su trato con el Maestro habían entendido que el mal y la opresión, la violencia
y la injusticia venían de que los humanos eran rehenes del egoísmo y de la
ambición de poder y de poseer bienes y riquezas. Y era necesario entonces que
ellos con la fuerza de la Buena Noticia del amor del Padre los ayudaran a
liberarse de sus cadenas y nacer de nuevo
en Cristo a una vida en el amor y el servicio: una humanidad nueva.
“Cómo el mandamiento de no matar pone un límite claro
para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una
economía de la exclusión y la desigualdad. Esa economía mata” (Papa Francisco)
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