¿Nos creemos mejores que
los demás? Octubre 23. Dom. 30 TO. Lc 18, 9-14.
Las
encuestas sobre la pertenencia a una religión preguntan sobre la fidelidad a
sus cultos y costumbres. Por las respuestas los analistas concluirán si uno es
practicante. Pero sin que nos lo pregunten, nosotros mismos creemos que somos
cristianos o católicos por la asistencia regular a las celebraciones
religiosas. Ese era el perfil del fariseo de la parábola del evangelio de hoy:
él estaba seguro de su valía y de su salvación: su aval era la conciencia de
las prácticas mosaicas.
Por
su parte, en la conversación con la mujer de Samaría, junto al pozo de Jacob,
Jesús declaró que Dios quiere una
relación con Dios, “en espíritu y en
verdad”. El fariseo la ha trivializado reduciéndola a
unas cuantas obligaciones. Y… se cree (¡nos creemos!) con derecho a despreciar
a los demás que no las hacen.
No
es que las prácticas religiosas y la participación en los ritos sean inútiles.
Son como los abrazos, los saludos, los besos… Si no hay amistad sincera, son
mera hipocresía. Hoy es una ocasión para
examinar si nuestras señales exteriores de piedad corresponden a nuestra
adoración y seguimiento de Jesucristo, “en
espíritu y en verdad”.
“Si
permanecéis en mi palabra seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).
“Maestro, le dicen los fariseos, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 15 ss.)
“Maestro, le dicen los fariseos, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 15 ss.)