Los leprosos
desagradecidos. 9 octubre. Dom. 28 TO- C. Lc 17, 11-19.
Nos
gusta que nos agradezcan. Al niño que recibe algo de un familiar o de un
visitante le acostumbramos a hacerlo preguntándole: ¿Qué se dice? Y esperamos
su respuesta: ¡Gracias! A Jesucristo también le gustaba. Tanto que manifestó su
disgusto cuando luego de curar a 10 leprosos, sólo uno volvió a darle gracias.
Más aún, quiso que la acción de gracias fuera un signo de la presencia del
Reino de Dios.
Los
nueve ingratos curados sólo atendieron al cumplimiento de lo mandado en las
prescripciones religiosas. Estar bien con la ley.
En
otros relatos del evangelio aparecen personas a las que sólo les preocupaba
cumplir lo prescrito: En la parábola del samaritano misericordioso, el
sacerdote y el levita, obsesionados por los actos de culto, evitaron,
como un estorbo, al herido al borde del camino; el de Samaría no era muy
piadoso, pero estaba abierto a la vida, en ese momento, al caído que necesitaba
ayuda. Igualmente, al hermano mayor, en otra parábola, sólo cuidadoso de su
rutina diaria, no le importa la vuelta del hermano extraviado; por el
contrario, se enfurece por la generosa y festiva acogida que el papá le ha
dispensado.
Para
Jesucristo el Reinado de Dios se hace presente en la misericordia del padre
acogedor, en la atención del samaritano al malherido, en el agradecimiento al
que nos hace un favor. Pablo, el
apóstol, recuerda: ”Permanezcan siempre en acción de gracias”.
Respecto a
dar las gracias, “vivimos en una civilización que ve la mala educación como
signo de emancipación”. Es al revés: “la gratitud, para el creyente, está en el
corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe dar las gracias
es uno que ha olvidado el lenguaje de Dios”. (Papa Francisco).
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