¿Nos cambia
la oración?. Octubre
16. Dom. 29 TO. Lc 18, 1-8.
Los
cristianos sabemos de oración. Raro es el cristiano que cada día no rece a Dios
o a los santos. ¿Para qué? Para pedirle cosas como salud, amor y dinero, que es
lo que, pensamos, nos traería felicidad. Y con
este modo de orar pretendemos sugerirle
a Dios o hacerle caer en cuenta, por si no lo recuerda, lo que nos conviene y
lo que nos hace falta. En otras palabras, queremos que El haga lo que nosotros
queremos. No nos pasa por la mente preguntarnos por lo que Dios quisiera para nosotros.
Sin
embargo Dios no se disgusta ni se incomoda. Nos tiene paciencia. Y, a veces,
parece que concede lo pedido; aunque más de uno piense que es más fruto de la auto-sugestión, o del efecto placebo que, por
otra parte, hay que reconocer, viene también de él como creador de la naturaleza
general y, en particular, de la humana.
Jesucristo,
en nombre de Dios, nos invita a perseverar en la oración para que poco a poco
nos demos cuenta de que lo mejor que le podemos pedir no es la salud, el amor y
el dinero. Las podemos conseguir por los medios naturales, venidos de Dios,
inteligencia, voluntad, dinamismo corporal. Con el tiempo, iremos dándonos cuenta de que
lo mejor que podemos esperar de Dios es lo que el mismo Jesús puso en nuestra
boca en la oración, que llamamos dominical: “Venga a nosotros tu reino”. Porque
“el Padre del cielo dará el Espíritu Santo
a quienes se lo pidan” (Lc 11,13).
“La
oración nos cambia el corazón. Nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios.
Pero para esto es importante hablar con el Señor, no con palabras vacías. Jesús
dice: ‘Como hacen los paganos’. No, no, hablar con la realidad: ‘Pero, mira,
Señor, que tengo este problema, en la familia, con mi hijo, con este, con el otro… ¿Qué se
puede hacer? ¡Pero mira que tú no me puedes dejar así!’. ¡Ésta es la oración!
¿Pero tanto tiempo lleva esta oración? Sí, lleva tiempo” (Papa
Francisco).
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