Diciembre
27. Lc 2, 41-52. José Pablo Patiño C.
Los entendidos dicen que los primeros años del niño son
fundamentales. Son el capital de vida en el adulto. Los traumas lo mismo que las
actitudes de jóvenes y adolescentes tienen sus raíces en las condiciones y
experiencias del hogar, en las disposiciones y relaciones del padre y de la
madre.
Lo aprendido en la infancia no se pierde, se conserva y da su
fruto, para bien o para mal. En algún curso de humanización se pedía a los
participantes hacer una corta investigación-verificación de su propio caso. Una
sencilla dinámica para conocerse mejor e, incluso, para sanar heridas aún
abiertas.
Si esto es así en todos, en nosotros, también lo fue en Jesús,
puesto que fue un ser humano en todo. Su cuidado y aprecio por la naturaleza,
su cercanía a los pobres y enfermos de espíritu y de cuerpo, su actitud de
servicio y de generosidad en todo momento, su disposición al diálogo y al
entendimiento con todos, su acogida a los necesitados y sencillos, su asidua
comunicación con Dios, su Padre: Mucho de todo eso le venía de lejos, de su
hogar de Nazaret, de su ambiente familiar.
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