Jesús cumple así lo escrito siglos atrás: “sanar corazones desgarrados y vendar las heridas”. Durante su vida, lo hizo con sus palabras y con sus acciones. Ha tocado el dolor de la humanidad para redimirlo. Lo hizo suyo, especialmente en la cruz. Era necesario que fuera así, porque “lo que no es asumido, no es redimido”.
Desde entonces, ningún dolor está “dejado de la mano de Dios”; todas las situaciones, todos los sufrimientos, personales y comunitarios, está acompañados por el espíritu de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.
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