Los evangelios nos ayudan a entender la presencia de Dios en el mundo no directa ni intervencionista. Algunas
parábolas, como la de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27), sugieren que
Dios crea al ser humano con un valioso conjunto de capacidades y dones, y después le entrega a él
sólo el cuidado y administración del universo. El “se va a un país lejano”.
Gen 1, 26- 30 parece anticipar esa actitud divina: Primero aparece la declaración
solemne de hacer al ser humano a su imagen y semejanza, es decir como Creador
sabio y providente, que es como EL mismo ha figurado hasta ahora.
Enseguida, en boca de
Dios aparecen unas frases que indican plena autonomía para los hombres en relación
a sí mismos y a la administración en el dominio para su servicio de
las diversos componentes de la creación: peces, aves, animales semovientes,
semillas, árboles, hierbas… y todos los frutales.
No de modo distinto procede
el dueño de una finca cuando contrata un mayordomo. Le entrega todo con el
compromiso de darle un arriendo mensual o anual. En el caso de Dios, ni
siquiera se alude a esto último. El Creador se va y deja todo, todo, al
servicio y cuidado de su creatura preferida, el ser humano. Y desaparece.
Es una forma simbólica de decirnos que la presencia de Dios en este
mundo es de modo distinto a una intervención directa. La hacienda de Dios queda
a nuestro cuidado, a nuestra administración autónoma. Lo que nosotros no
hagamos, Dios tampoco lo hará.
Esta imagen de Dios es más adecuada y conforme con el modo de pensar de
Jesús. Supone una idea madura y adulta
de Dios con la que los humanos más serios y reflexivos han pensado la presencia
de Dios en el mundo. (Continuará 15)
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