Junto a un camino que conducía a la aldea había una imagen de madera, colocada en un pequeño templo. Un caminante que se vio detenido por un riachuelo, tomó la estatua del dios, la tendió de lado a lado y atravesó el riachuelo sin mojarse. Un momento después pasó otro hombre por ahí y tuvo piedad del dios; lo levantó y volvió a colocarlo sobre su pedestal. Pero la estatua le reprochó el no haberle ofrendado incienso y en castigo le envió un severo dolor de cabeza.
El juez de los infiernos y los espíritus que estaban en ese templo le preguntaron respetuosamente:– Señor, el hombre que lo pisoteó para atravesar el riachuelo no recibió castigo y en cambio al que lo levantó usted le proporcionó un fuerte dolor de cabeza. ¿Por qué?
– ¡Ah! Acaso no saben ustedes –contestó la divinidad–, ¡que hay castigo solo para los buenos!
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