Tan pobre que sólo tiene
dinero. 25 sept. Dom. 26 TO. Lc 16, 19-31.
Quien
tiene dinero, y bastante, es feliz, es lo que se piensa. Son expresiones
frecuentes: “¡Ojalá tuviera plata, ojalá fuéramos ricos! Es mejor ser rico que
pobre”, dijo un filósofo caribeño. El relato del evangelio de hoy nos descorre el velo de la vida, de la etapa
de acá y de la etapa de allá. Y esto para hacernos caer en cuenta de la
realidad más allá de las apariencias.
Al
rico que banquetea y se da buena vida le parece que no necesita nada más para
ser feliz. Los placeres de la mesa y de la cama le facilitan vivir alejado de
todos y, sobre todo, de la miseria de ese desgraciado que malvive ahí a la
puerta de su palacio. No se da cuenta de la situación de ese ni de ningún otro
pobre. Porque está en otro mundo. En el de la idolatría de su ego.
Sólo
al morir, para el rico y para el pobre, aparece la realidad. El ser humano, por
naturaleza, está llamado a relacionarse con los demás y el universo le ha sido
dado no para su solo disfrute sino en bien de todos. Al olvidarse de los demás,
atenta contra su mismo ser humano. Y su felicidad será falsa, recortada. La
mejor riqueza y felicidad de los seres humanos es compartir el mundo con los
otros.
“La
providencia pasa también por nuestra solidaridad y tenemos que tenerlo en
cuenta, hasta que comprendamos que si una persona intenta acumular bienes y
riquezas para sí mismo, no tendrá nunca justicia” (Papa Francisco).
No hay comentarios:
Publicar un comentario