Consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Dios Trinidad. 22
mayo. Jn 16, 12-15.
Esta
celebración señala el punto final y culminante de la Pascua, incluso de todo el
año litúrgico. Con la celebración de la Santa Trinidad llegamos a la
fuente-origen de todas las
intervenciones de Dios en favor de los seres humanos: -la creación, primera manifestación de Dios fuera de sí
mismo cuando establece un interlocutor personal: el ser humano que pone al
frente de lo creado; - la encarnación, mediante la cual el mismo Dios en la
persona del Hijo toma un lugar, ya para siempre, entre los seres humanos como
uno entre ellos; - venida del Espíritu del Padre y del Hijo para acompañar a
los humanos en su camino de hijos de Dios en Cristo y hermanos entre sí.
Por
la revelación de Dios reconocemos la manifestación de la Trinidad, el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, respectivamente, en la Creación, la Encarnación y la
Santificación: un Dios totalmente volcado en el ser humano, enamorado de la
humanidad, que no quiere imponernos nada sino ganar simplemente nuestro amor y
nuestra correspondencia. El sueño de
Dios es que seamos sus hijos en Cristo en el amor de su Espíritu. El Bautismo
es nuestra aceptación a su propuesta al “consagrarnos al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo”. Es lo que celebramos en este día. “…envió a sus discípulos a evangelizar a la gente” y a bautizarla
“en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Es un mandato que “lo
dirige también a cada uno de nosotros que, por la fuerza del Bautismo, hacemos
parte de su Comunidad” y en relación a la solemnidad de este día “nos renueva la misión de vivir la
comunión con Dios y entre nosotros sobre el modelo de la trinidad”(Papa
Francisco).
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