El Señor
es mi Pastor. Nada me falta. Dom 4º. Pascua.
17 abril. Jn 10,27-30
Muchos cristianos, discípulos de Jesucristo, han acogido como
oración de su entraña el salmo 23. Y hacen bien: es una de las más bellas
plegarias de la Biblia. El pueblo de Israel mira a su Dios como aquel que lo
cuida con el mismo amor y solicitud del pastor a sus ovejas. Lo alimenta, lo
pastorea, lo lleva a hermosos y verdes campos y lo defiende de sus enemigos.
¿Qué más puede esperar? Nada me falta.
Jesucristo, el
Hijo de Dios, el hermano de los hijos del Padre, es el Pastor del nuevo Pueblo
de Dios, la Iglesia, convocado desde todos los rincones del mundo, de toda
raza, lengua y nación, para formar, al decir, del apóstol Pedro, “raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, pueblo de su propiedad, destinado a proclamar las grandezas de
quien los llamó a su luz maravillosa”.
Ser cristiano, discípulo de
Jesús, oveja de su rebaño es escuchar su voz y seguirlo: ”… dar importancia a lo que él la dio, defender al ser humano como él,
acercarnos a los desvalidos e indefensos como él, y enfrentar la vida y la
muerte con su misma esperanza”(J.A.Pagola)
“La
gente seguía a Jesús, porque era el Buen Pastor. No era un fariseo moralista,
ni un saduceo que hacía negocios sucios con los políticos y los poderosos, ni
un guerrillero que buscase la liberación política de su pueblo… Él era un
pastor que hablaba la lengua de su pueblo, lo entendían, decía la verdad, las
cosas de Dios: ¡no negociaba las cosas
de Dios! Sino que las decía de tal manera, que la gente amaba las cosas de Dios.
Por esto lo seguían"(Papa
Francisco)
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