En Jn 9, 1-4, se presenta a un hombre ciego de nacimiento. Jesús dice que
Dios no es el autor de su ceguera. A la pregunta de los discípulos acerca de
quién había pecado, si él o sus padres, - en otras palabras, ¿quién era el
culpable merecedor del castigo divino?- , responde Jesús claramente que “ni él
ni sus padres”. Y continúa diciendo que “así se manifestarán en él las obras de
Dios”.
Entender e interpretar esta parte final de la frase como si se quisiera
decir que la ceguera fuera algo querido por Dios para que Jesús hiciera el milagro, sería un error. Sólo se puede
entender que la desgracia de un prójimo es la ocasión, ciertamente no provocada
por Dios, para hacerle bien, para ser
con él instrumento de la bondad de Dios.
De estos textos se deduce que Jesús expresa abiertamente que Dios no es
el causante de ninguna calamidad a modo de castigos divinos. Dios no interviene
en estos casos. El Dios que nos revela Jesús no es responsable de tales hechos, sean
accidentes o malformaciones congénitas. El rostro de Dios no el de un ser huraño,
castigador o resentido que cobra agravios e inflige penas a los humanos. Esta
imagen de Dios es una deformación monstruosa del Dios de Jesús.(Continúa) 9
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