Dios de vivos no de muertos. Noviembre 6. Dom. 32 TO.C. Lc 20, 27-38.
De Blaise Pascal, notable científico, se dice que se conmovía hasta las lágrimas al leer este pasaje del evangelio y pensar que él estaba llamado a la lista de los amigos eternos de Dios, junto a Abrahán, Jacob, Isaac… Todo porque “Dios es Dios de vivos no de muertos”. Los saduceos, “que dicen que no hay resurrección”, mediante un cuento forzado, pretenden poner en ridículo a Jesús que anunciaba una vida después de la muerte. Opinaban que la vida futura era una mera prolongación de la existencia terrena, con las necesidades propias de la materialidad. Jesucristo dice claramente que la vida en la eternidad junto a Dios será como la de “los ángeles e hijos de Dios”. Pablo, el apóstol escribe en 1 Cor. 15, 44, que “se siembra un cuerpo animal y resucita un cuerpo espiritual”. “Todos seremos trasformados”, termina diciendo con júbilo. Compartamos, pues, la alegría de aquel piadoso sabio francés; pero, sobre todo, dejemos que la promesa de Jesucristo nos inunde de alegría y de fuerza de vida para ser generosos discípulos suyos; y compartamos este gozo y esperanza con quienes nos encontremos este domingo.
“…es precisamente la Resurrección la que nos abre a la esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y la muerte pueden ser derrotados. Esto nos lleva a vivir con mayor confianza las realidades cotidianas, a afrontarlas con valentía y con empeño. La Resurrección de Cristo ilumina con una luz nueva estas realidades cotidianas ¡la Resurrección de Cristo es nuestra fuerza!”(Papa Francisco).
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