jueves, 29 de marzo de 2012

¿POR QUÉ O PARA QUÉ LA SEMANA MAYOR?II

    Cerrar los ojos ante los grandes retos que enfrenta hoy la humanidad es ir hacia el abismo. Las situaciones son tan graves que no podemos dejar su manejo sólo a los políticos, a los técnicos, a los poderosos o al G 20.

No, no es que los creyentes tengamos la solución en el bolsillo. No. Nadie la tiene. Ni ellos ni nosotros. Pero hay algo que la Iglesia nos ofrece con modestia pero con firme convicción: La presencia resucitada de alguien venido de Dios que “puso su habitación entre nosotros” precisamente para enseñarnos a tomar en serio  la condición  humana. 
   En esta Semana, que los creyentes llamamos Mayor, recordamos con gratitud que Jesús pasó por todas las pruebas humanas, incluidas la persecución, la tortura y la muerte, con el fin de señalarnos el camino de amar de verdad. Al invitar a los suyos a una cena, tomar un pan y un poco de vino y dárselo, añadió:”Hagan esto en memoria mía”.

  Es la actitud que nos recomienda él, “el maestro sincero, que enseña con fidelidad el camino de Dios”(Mt 20,21). Su disposición a  " dar la vida en rescate por muchos”(Mc 10, 45), traducida en solidaridad y austeridad, es nuestra fuerza para enfrentar los graves problemas actuales. No es la solución,  pero es luz para buscar alternativas hacia una sociedad más justa y más equitativa.

Estos días no son un paréntesis en la vida apresurada, en busca de una terapia espiritual. O para rezar, rezar y rezar.  Es para mirar a Jesucristo que toma sobre sí las consecuencias de las pasiones humanas, envidia y odios de unos, los fariseos, de solapados intereses políticos de otros, Herodes y Pilatos,  y el abandono de los suyos. Así nos enseña un camino para construir en vez de destruir, construir puentes en vez de muros de separación.

Cuando todo llagado y sangriento, Pilatos lo presenta, con interés político disfrazado de piedad, “He aquí al hombre!” (Jn 19,5), de verdad es Dios quien nos lo ofrece a los humanos, diciéndonos:Este es el hombre, mi Hijo amado. Escúchenlo!(Mt 17,5).

Aprendamos de Jesús sufriente y resucitado a cambiar “el corazón de piedra en un corazón de carne” para evitar la violencia y hablar entre esposos, vecinos, compañeros de colegio. Nuestra Colombia necesita un diálogo abierto, con sentido de patria, en busca de un país reconciliado, en la equidad y la justicia.

El corazón de carne nos hará sensibles a los problemas de la humanidad, para hacer los cambios que lleven a un mundo  más humano. No sólo la Iglesia, también organismos internacionales, nos llaman a la sobriedad ante el deterioro del planeta. La austeridad sobre el despilfarro, la colaboración y no la dominación, la prosperidad colectiva en lugar de acumulación de unos pocos.

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