No imponer ni condenar
pero sí motivar y enseñar.
La vida sigue. Pasaron la jornada electoral con sus frustraciones y
esperanzas, la muerte de Alfonso Cano y el futuro incierto de los farianos, y
sigue pasando la selección colombiana de fútbol de altas y bajas, la crisis
económica de la UE y las remezones en Grecia, Italia, España…, los indignados en
el mundo y los estudiantes en Chile y aquí, en Colombia,…
Los sucesos corren a prisa frente
a nosotros como los paisajes cuando nos
conduce un vehículo en carretera. En el camino los objetos se van perdiendo tras
el recorrido, sin dejar ningún rastro. Quizá sólo nos quede alguna fotografía.
También los acontecimientos sin que hayamos logrado captar su sentido.
Para que no suceda tal cosa, hay que enfocar una de esas realidades que
cruzan nuestros límites para mirarla de
cerca y tomar una actitud ante ella. En este blog he escogido el tema del
aborto que tanta prensa ha tenido últimamente y tanta polémica suscita en todas
partes.
Al respecto, por los medios nos
enteramos de la tendencia casi universal permisiva del aborto, parcial o total.
Además de que la responsabilidad de un hijo no es pequeña, ahora, como decía el
Papa Benedicto, en agosto, a los jóvenes en Madrid, nos hallamos en un “entorno en el que se pretende excluir a
Dios y en el que el poder o el placer con frecuencia son los principales
criterios por los que se rige la existencia”.
Los europeos durante años vivieron despreocupados el Estado de
Bienestar. También en USA se inventaron el american
dream. Para muchos tercermundistas,
de Africa y América, el sueño es gustar, al menos, algunas migajas de la vida feliz europea o
norteamericana. Dentro del paquete de la felicidad y el confort nos ha venido la opción por el aborto y la eutanasia.
Como un tsunami la búsqueda de comodidad
invade todos los espacios, haciéndonos cambiar la visión de las cosas.
Imbuidos por la cultura del facilismo y lo placentero por encima de
todo, el aborto de tenerse como algo abominable ha pasado a considerarse un derecho de la mujer como dueña absoluta de
su cuerpo sin ninguna responsabilidad social.
Los creyentes en Cristo han recibido la tradición del respeto al ser
humano en todas sus etapas desde la concepción hasta la muerte natural. La coherencia con la fe en Dios exige
cualquier sacrificio por la defensa de la vida humana.
Y, qué hacer respecto de quienes están en la otra orilla?
No ha de ser otra cosa que mostrar en la vida la propia convicción.
Y enseñar que el ser humano es más que
las cosas y que la comodidad. Hacer partícipes a otros de la opción por la vida.
Descubrir y denunciar a quienes posiblemente están detrás del negocio del
aborto. Y hacer que la sociedad facilite la tarea de ser padres y madres
proveyendo a todos de empleo y salario justo y eliminando las desigualdades
sociales. Nuestro país ocupa primeros lugares en inequidad social.
Pero no se gana con la imposición ni la condena. Hasta los teólogos
dicen que ni Dios condena. Los humanos
somos los que nos tomamos el derecho de condenar en su nombre, sin saber con
certeza el pensar de Dios. En esto nos puede ayudar y enseñar el viejo Isaías:”Así como dista el firmamento de la tierra
así mis pensamientos están distantes de los de los hombres”(Is 55,8-9).
Ni siquiera Jesús en su agonía condenó a sus verdugos, ni a Pilatos ni a
Anás. Tomó el camino del perdón e, incluso, de la excusa:”No saben lo que
hacen”. Y recomendó a los suyos:”Enséñenles
a cumplir todo lo que yo les he confiado a ustedes”.
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