VIDA
ABUNDANTE, YA AHORA. 19 marzo. Dom. 3º. Cuaresma. A. Jn 4, 5-42.
“La
alternativa de vivir eternamente como un soplo de aire en el cielo, romántica
promesa del catolicismo, me pareció tan aterradora como la de morir para
siempre”. Esto
escribió hace unos días Margarita de
Francisco, presentadora y actriz. No sé de dónde sacó ese dato (“eternamente como un soplo de aire en el
cielo”) la otrora bella Gaviota, ni quién se lo dijo. Probablemente quiso
presentar de un modo gracioso la fe de los cristianos.
Ninguno de los creyentes, (¡Nadie ha ido con
tiquete de regreso!) ni tampoco Dios, ha dicho cómo será la vida después de la
muerte. Pablo, el apóstol, dice que “ni
ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene reservado para quienes creen en él”. Jesucristo
apenas ofrece una comparación al decir que “en
la casa de su Padre hay muchas habitaciones y que él va a prepararles (a sus discípulos) un lugar”. Los
estudiosos entienden que con la
expresión “casa del Padre”, no un
caserón material sino un hogar, una relación viva de amor paternal y fraternal,
del padre/madre y los hermanos.
Lo que es claro en el evangelio de hoy es que
Jesús ofrece a sus seguidores “un agua de
un surtidor que salta hasta la vida eterna”. Es también una comparación
para señalar que aceptar su mensaje producirá un profundo cambio de vida que
no podrá ser destruido por la muerte o
desaparición del cuerpo físico.
Eckhart Tolle, pensador de actualidad, habla de
“la transformación de la conciencia”, mediante
la cual “la presencia” del ser humano participa de la inmortalidad y en la
muerte se despoja de las formas que son
ilusión.
“Aparentemente, la
muerte nos separa, pero el poder de Cristo y de su Espíritu nos unen ahora de
manera más profunda con nuestros hermanos difuntos”. La muerte, “a la luz del
misterio pascual de Cristo, es en realidad el ingreso en la plenitud de la vida”.(Papa Francisco).
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